Cecilia Arditto Delsoglio

Post Term: vacíos

Arquitectura que canta

El espacio teatral es un espacio de acontecimientos narrativos: un espacio donde suceden cosas. El escenario, con su función vasija,  contiene a los actores, los muebles y al texto.

El espacio pictórico es un espacio estático, ya que la narración es nula en términos dramáticos. Se establece sí otra dramaturgia diferente: la dramaturgia de las proporciones, de las distancias, de los ángulos, de los colores, de los materiales. El espacio del plano es el espacio de geometría pura, aquella que alberga otras geometrías menores y distintas, siendo el universo una sucesión de geometrías encastradas, espacios que contienen otros espacios, mundos complementarios que se incluyen unos en otros como muñecas rusas.

En mi música de cámara extendida, los instrumentos musicales conviven con objetos sonoros. El espacio escénico no es un contenedor, tampoco una imagen. El espacio funciona con la lógica de la música. La luz, los ángulos, las formas, la distancia entre las cosas, los volúmenes, las altitudes, se van transformando ante nuestros ojos, constituyendo un nuevo discurso musical sin sonido.  La columna, la tarima, la silla, el atril, siempre han estado enfrente de nuestros ojos, pero bajo esta nueva perspectiva, dejan de ser invisibles y comienzan también a ser audibles. El espacio se transforma en un lugar vital, que al igual que los objetos, los instrumentos y la luz,  canta.

Bochinche

¿No oís el horrible griterío en derredor al que comúnmente se llama silencio?
Georg Buchner – citado en  El enigma de Kaspar Hauser de Werner Herzog.

Magia

Estoy corrigiendo “La magia”. ¡Qué invento mágico que es la goma de borrar! ¿Todo desaparece!

Geografías incompletas

Gabriel Cerini escribió una pieza titulada Moratalaz y Vicálvaro. La obra consiste en cuatro trayectorias (o movimientos) que son reproducciones de recorridos reales que caminó Gabriel en Madrid. Estos recorridos están dibujados en un mapa-partitura a ser caminados en un espacio real (terraza, escenario, etc.).

Un caminante recorre los itinerarios en semi-penumbras, deteniéndose y alumbrando los puntos claves de las trayectorias del mapa con una linterna, única iluminación de la obra. En la performance, los mapas se van dibujando en la oscuridad. Salen de la nada gracias a la luz y vuelven a desaparecer también a la velocidad de la luz, o mejor dicho, a la velocidad de la linterna. Estos mapas son presente puro, ya que las trayectorias, engullidas por lo negro, desaparecen del espacio visual inmediatamente. Fui la intérprete de esta obra por eso no tengo la perspectiva del afuera de la pieza, pero fue una experiencia lindísima hacerla.

Otro trabajo que vi en estos días, es la muestra “Unrealized objects” del artista alemán Gunnar Friel a quién conocí en la residencia de la fundación ACA, en Mallorca, organizadores de nuestro concierto con Cerini, el Festival de Música contemporánea de Palma de Mallorca.

“Unrealized objects” reúne varios trabajos de Gunnar en distintos formatos. Uno de ellos es un video basado en un videojuego, donde el participante en lugar de seguir las reglas del juego, se escapa hacia el afuera del juego, el afuera entendido siempre dentro de la pantalla. El videojuego original es bélico, tridimensional. Tiene sonidos de ametralladoras. El avatar camina con sus botas de guerra, pisando pesadamente la hojarasca y alejándose, paso a paso, del perímetro del juego.

 

A medida que se aleja de la acción el paisaje digital se vuelve cada vez más surrealista: paisajes cortados, árboles que comienzan a flotar en un horizonte de unos y ceros, vacas muertas tridimensionales, que vistas desde atrás, son maquetas planas. Se ven escenografías olvidadas, agujeros, fisuras en la tierra… La hiper lógica del programa se toma una pausa y por los descansos del juego se cuela un sentido a medio construir.

“El ser humano tiende a darle sentido a la experiencia mediante la continuidad; lo que sucede se explica por lo que sucedió antes.” dice César Aira en Cómo me hice monja

Recuerdo de chica que cuando iba a San Clemente del Tuyú en carpa con mi familia, jugaba fichitas en los videojuegos. Mi juego preferido una carrera de coches que jugaba a mi manera. Lo que más me gustaba era irme a pasear con el autito por fuera de la ruta. Las opciones de paisaje de los juegos de aquella época no eran muy variadas: prados con florcitas dibujadas y, con mucha suerte, un tronquito tirado. En esa época había que pagar el tiempo en pantalla con una ficha, y jugando fuera de la ruta no se acumulaban puntos, por lo que se perdía rapidísimo. Mi desafío era ver cuan rápido se podía permanecer en los suburbios informáticos antes de volver, dolorosamente, a poner otra ficha.

 

El borde de las cosas también dibuja el afuera. En los mapas antiguos, ese borde era un elefante sosteniendo la tierra, o una catarata de agua que finalizaba con el mundo y arrojaba al barquito del viajero aventurero a los confines de la tierra o al mismo espacio exterior.
En los videojuegos, el mapa de afuera, despliega una fantasía a medio hacer cuando nos alejamos de los puntos a acumular. En la obra de Gabriel, el afuera es la oscuridad infinita, recortada fugazmente con el haz de la breve linterna.
El mapa es un pedazo de algo delimitado, estampado, fijo, partiturizado, apresado. Que, por lógica, delimita a la vez todo lo que queda fuera. En estos territorios tan conocidos nos encontramos con Abel Paúl.

 

Ahora, recién llegada a Buenos Aires para una estadía de dos meses, voy a ver cómo me va, en este reverso de mapa de un mundo conocidísimo.

 

Con los ojos abiertos

El flautista canadiense Daniel Buscher hizo una version de mi obra “Música invisible” tocando de memoria, con los ojos vendados. Relacioné esta imagen tan poderosa con algunos conceptos del libro “La trampa de Goethe, una aproximación a la iluminación en el teatro contemporáneo”, de Gonzalo Córdova, regalo de mi amigo Pablo Fontdevila.

La obra en si misma es la desocultación de un ente y el espectador cierra su círculo. Si el actor lleva una venda en los ojos, ese sinsentido finalmente obligará a contemplar lo que los actores ocultan.
G.C.

Es un libro entre filosófico y poético, inspirado en “Estudios sobre el color” de Goethe, que en realidad son estudios sobre la luz.

Ahora el espacio es infinito y la luz forma parte de ese espacio en su doble condición, tanto como cosa que desoculta la verdad para que el espectador la redescubra y también como tiempo en la medida de la contemporaneidad de la revelación.
G.C.

La luz recorta una realidad posible entre tantas. Su límite con la oscuridad evidencia dos partes complementarias de un mismo fenómeno: lo oculto se sostiene con lo que se muestra. La pregunta de la oscuridad se formula a partir del territorio iluminado. La luz cuando ilumina crea lo que es. Y el ojo,  sostenido por las leyes de la física y la maquinaria de interpretación, mira.

Tomo la luz como metáfora de una música de cámara ampliada: lo que entra en el campo de representación no es solo visual, sino palabra, idea, concepto, sonido. Las categorías se mezclan: los oídos ven, los ojos escuchan. También en esta música-habitación se puede ver en la oscuridad.
El tiempo que transcurre ante el yo sentado, ante el yo contemplativo, es continuo. El tiempo es una película compleja expresada en colores, en texturas, en formas y volúmenes cambiantes. El ahora se mezcla a su vez con otros tiempos: los recuerdos, los sueños, los olvidos, los deseos. El análisis separa las categorías y dice qué es qué. La música conjuga todos estos parámetros simultáneamente en armonía.

Hoy hablábamos con Abel Paul de su obra “Vacíos” donde todo transcurre en bambalinas, con resonancias en un escenario vacío de intérpretes pero lleno de objetos accionados desde un no escenario.

La vida pende de un hilo

 

Quiero armar estructuras consistentes con aire, con detalles, con pequeñeces. Pienso en las maquetas con hilos de la sagrada familia de Gaudí, tan sólidas en su fragilidad, tan consistentes en su delirio. Ideas tan fuertes y frágiles como la existencia. A Gaudí lo mato un tranvía cruzando la calle.
Pienso en Nono y en los bocetos del cuarteto de cuerdas “Fragmente…” que pude estudiar en su archivo en Venecia. Cálculos, cuentas, proporciones, detalles. La superestructura del Fragmente está constantemente quebrada por la fragilidad de los recursos de unas cuerdas diferentes a las de Gaudí, pero también suspendidas en la catedral de los innumerables silencios y fragmentaciones del discurso. La música se escucha abstracta y calculada a la vez. Como el diseño del agua o de la nieve.
Mi pieza para órgano se llama por eso La arquitectura del aire. No del aire soplado, no del aire de la respiración, sino del aire que sostiene las cosas.